
Las sensaciones del miedo
Texto de presentación del libro «La noche tiene garras» de Alejandro Juárez
Por Hiram Ruvalcaba
Los cuentos de terror, desde mi punto de vista, no son de la tradición mexicana; el terror sobrenatural al que estamos acostumbrados nos viene de películas gringas y japonesas, nos viene de influencias europeas.
Lo que hace Alejandro con La noche tiene garras es tomar todas estas influencias (ahí están H. P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Lafcadio Hearn) e introducirlas en un ambiente que resulta completamente familiar. Me acordé cuando tenía como siete, ocho años, allá en la colonia Morelos, se apareció en un comal un Cristo; entonces yo fui con mi familia a verlo, yo lo veía ahí y pensé: «No mames, cómo es posible que Cristo no se aparezca en los comales de mi casa, así yo también sería famoso como la familia ésta».
También recuerdo cuando tenía once años, acá en la Cruz Blanca, nos llevaron a ver a una poseída, es una historia muy cabrona porque yo estaba chavo, pero recuerdo que al entrar a la casa había una pared derrumbada y nos dijeron «la tumbó ella». Ella estaba acostada con los ojos cerrados, lo único que vuelve a mí es esa pared derrumbada, los ladrillos tirados y el montón de polvo. Era una niña como de siete, ocho años, y esto es, creo yo, la importancia de lo sobrenatural en la cultura mexicana.
Es decir, si tú te atreves a hacer un libro de cuentos de terror, tienes que ofrecerle al público lector algo que no va a encontrar en Stephen King, que no va a encontrar en Edgar Allan Poe, que no va a encontrar en todos esos autores gringos que lo están haciendo muy bien, porque en ese caso yo como lector me voy a ir a leer a los gringos, es una garantía. Lo que tienes que hacer es, creo, buscar una conexión cultural, una conexión espiritual con el lector mexicano.
En ese sentido, me parece que Alejandro opta por caminos correctos: apelar al sentido religioso, al sentido cultural e introducir un nuevo aspecto al que lector mexicano no está acostumbrado.
A mí me gusta mucho el cuento de «Mujina», yo creo que es uno de los mejores del libro, enmarcado en la tradición del kaidan japonés. El cuento original, del mismo nombre, trata de un cuate que tiene que atravesar un cerro y le dicen: «¿Sabes qué? No atravieses por ahí porque en la noche se aparece Mujina». A él no le importa porque tiene que llegar al otro lado, y a mitad del camino ve a una muchacha llorando, entonces se acerca y le dice: «Hermanita, hermanita, ¿qué te pasa?», y la muchacha no voltea, y él sigue «Hermanita, hermanita, por favor» y cuando la muchacha voltea no tiene rostro, es una plancha de piel, nada más. Este cabrón se asusta y sale corriendo, corre durante varios minutos tratando de alejarse de esta criatura, hasta que ve un puesto de comida con una lamparita y una campanita de papel, llega asustado y dice: «Acabo de ver algo que me asustó mucho» y el del puesto le dice: «Hey, platícame, mientras comes». Y le ofrece ramen.
«Es que me encontré a una muchacha y no tenía rostro», entonces el vendedor le dice: «Ay, no me digas, ¿acaso se veía así?», y se asoma y tampoco tiene cara. El texto termina con una frase que para mí es el mejor final de la literatura: «Y en ese momento se apagó la luz».
Esa sensación siniestra, esa sensación de horror, aparece o lo toma como pretexto Alejandro para escribir su propio relato: «Mujina». Un mujina es un tejón que toma forma humana para aparecérseles a los viajeros, normalmente para hacerles chingaderas, para comérselos, pero también hay algunos mujinas, y ésta es la parte interesante, que están reivindicándose con el Buda, entonces aparecen para hacer algo bueno. Y existen estas dos opciones. El relato de Alejandro ocurre en un cine, la idea es muy similar a la de la anécdota. Trata de un locutor de radio que utiliza un cuento japonés como pretexto para dar realce a su programa y cuenta la historia de los mujinas.
Cuando lo estaba leyendo, dije: «Órale, qué chido. A ver para dónde nos va a llevar Alejandro», y me veía yo en ese cine, me veía yo en esa cabina de radio. Y fue otra vez la cultura mexicana irrumpiendo en una serie de elementos, digamos, no tradicionales, sino convertidos a la mexicanidad.
Había un cine aquí en Zapotlán en donde asustaban. No se aparecían muchachas sin rostro, pero tengo un amigo que trabajaba ahí y que nos decía que a él no le gustaba quedarse en la noche porque se aparecía una niña que mataron. Entonces los cines, sobre todo este cine como el del que nos está hablando Alejandro, eran espacios cerrados que propiciaban por la misma oscuridad y el misterio, la posibilidad del horror.
Creo que la literatura es eso, un buen texto literario está obligado desde su concepción a que un lector lo lea y diga: «Ah, me acuerdo de esto que leí, de esto que vi, de esto que pasó…», porque cuando tú creas estas redes cognitivas o estas redes literarias dentro de tu cabeza se está produciendo una comunicación que va más allá de la relación sencilla lector-escritor, y te lleva a comunicarte con los autores. Cuando leo a Alejandro platico con Poe, platico con Gerardo Lima, y con otros autores al notar una perspectiva similar.
Quiero hacer una mención especial del último cuento que se llama «Animalia», que también me recordó a un autor japonés llamado Kobo Abe. Es la historia de un hombre que se despierta y ve que su mujer tiene cara de caballo. Y yo dije: «No manches, qué chingón encontrarme con un BoJack Horseman aquí en el cuento de Alejandro». Pero el cuento toma un camino muy distinto al que pensaba. De repente el sujeto se encuentra en una pesadilla animalesca en la que cada una de las personas con las que va conviviendo es un animal. Hay un médico gato, un doctor araña, un policía lobo… En fin, una serie de personas animalizadas que, desde mi punto de vista, le dan una fortaleza a lo que hablábamos al inicio, de lo extraño, de lo siniestro. Aquello que ocurre fuera de nuestra concepción de la normalidad, por lo tanto nos provoca una sensación de pavor, pero también de placer. Este placer que provoca el miedo y nos obliga a seguir buscando este tipo de relatos.
Con respecto a aspectos de la narrativa, me gusta mucho algo que hace muy bien Alejandro, atiende con originalidad y precisión imaginativa ciertas sensaciones del cuerpo. De repente, te avienta frases como «Sintió que un grupo de hormigas le mordisqueaba la piel» o «La luz soltó cuchillazos que partieron la habitación». Estas frases poéticas que en cualquier publicación de Facebook serían un verdadero testimonio de mamadores literarios, están puestas con gran precisión y economía, es decir, aparecen en el momento justo, para que uno de verdad sienta los cuchillazos de la luz, de verdad sienta las hormigas mordisqueándote la piel, de verdad perciba estas sensaciones que el miedo provoca físicamente y que nosotros estamos tan acostumbrados a recibir con palabras como: «Sintió los helados dedos de la muerte», cosas que hemos escuchado hasta el cansancio. No obstante, en los cuentos de Alejandro Juárez las frases funcionan porque se tomó el tiempo para crearlas, para hacer algo distinto, creo que acertadamente. Trabajó para transmitir qué sensaciones específicas nos deja el terror.
Esa es una de las cosas que creo que están muy bien técnicamente en el libro. Yo creo que las personas que están buscando literatura de horror en México tienen aquí una nueva oportunidad. Primero para saber qué se está escribiendo, y segundo para ver cómo podemos construir historias a partir de un género que no es tradicionalmente mexicano. Y no digo que esté bien que no sea tradicional, digo que deberíamos volver, y que el hecho de que autores como Alejandro estén apostando por este género tan complejo, tan complicado, haciéndolo de una forma original, les va a dejar un buen sabor de boca.
Échense un clavado en el libro.